Jorge frena la bicicleta frente a la casa de su sobrino y lo llama con un grito. Aprovecha el descanso para tomar un trago largo de cerveza y se seca la transpiración de la frente. Después chifla metiéndose los dedos en la boca. Dilan se asoma por la ventana. El sol del atardecer lo encandila.
—Tu vieja dice que vayas para el Día —dice Jorge—. Metele que queda poco.
Dilan deja la caña de pescar sobre la mesa y sale así como está, con una remera de manga larga y el pantalón de la Selección que había sido de su hermano. Camina por la calle Alsina y cruza el arroyo por el puente angosto. Mientras bordea el campito, se cruza con un hombre que arrastra una góndola de supermercado y con una mujer que empuja un chango lleno de mercadería. Sale por la diagonal y llega hasta la esquina de la ruta. La multitud que hay del otro lado le impide ver la entrada del supermercado. Adentro debe estar todo el barrio. Dos hombres que empujan una heladera llena de cervezas y gaseosas cortan el tránsito. Dilan aprovecha para cruzar.
Los vecinos entran y salen, agachándose para poder pasar por debajo de la persiana metálica que quedó a media altura. Dilan reconoce a un compañero que sale con una caja registradora a upa. Pegado al Día está la carnicería de Ángel. El hermano de Dilan está ahí, junto a varios vecinos más, metiendo palos entre el piso y el faldón de la persiana. Dilan se acerca y lo llama por su apodo.
—Metete y fijate si podés rescatar algo —dice Diego y con el palo señala la entrada del supermercado—. La vieja está ahí.
Dilan aprovecha un hueco en la puerta y se mete en el Día. Las góndolas están casi todas vacías. Camina entre cajas abiertas, hombres y mujeres que corren, botellas rotas y perros que ladran y lametean el piso. Una mujer despega de las paredes adornos navideños y se los guarda debajo de la remera. Dilan da vueltas, va y viene. Debajo de una góndola encuentra una Cindor de litro. La toma de un tirón y siente el impacto. Se pone en cuclillas, con la cabeza entre las piernas y la mujer de los adornos navideños le pregunta si se siente bien. Dilan le dice que sí y se pone a pensar en la pesca, en el río. En eso está cuando escucha los tiros. Son cuatro, tres seguidos y el último con algunos segundos de diferencia. Los que están adentro del supermercado empiezan a correr y se amontonan en la puerta.
—Ángel está tirando con plomo —dice un hombre.
Dilan lo reconoce: es uno de los que le consiguió el Plan a su vieja.
—¿Viste a mi vieja? —le pregunta.
El hombre niega con la cabeza. Las sirenas de los patrulleros se empiezan a escuchar con más intensidad. Dilan se mete en el amontonamiento y a los empujones logra salir. Afuera es casi de noche y Ángel, el dueño de la carnicería, está parado delante de la persiana metálica, en el mismo lugar donde antes estaba Diego. Tiene un fierro en la mano y lo mueve alardeando. Unos metros más adelante los policías disparan gases lacrimógenos hacia el otro lado de la ruta y algunos vecinos les responden con piedras. Se escuchan insultos y gritos. Dilan empieza a correr tan rápido como puede. Cruza la ruta por el semáforo y vuelve hacia donde están reunidos los vecinos. Son pocos y la mayoría están armados con cascotes. Reconoce a un vecino de su calle que está parado junto a un chango lleno de mercadería. Mientras se acerca, ve a su vieja acuclillada junto a un hombre que está tirado en el suelo. Alrededor, un par de vecinos agitan el aire con remeras. Aunque no le pueda ver más que los pies, le alcanza para reconocer las zapatillas de su hermano.
—¿Qué pasó?
Susana escucha la voz de Dilan, se corre el pañuelo que le cubre la boca y le pregunta dónde carajo se había metido. Después vuelve la vista al cuerpo de Diego y le dice que no es nada grave, que es sólo un raspón. Un hombre rubio le dice que Ángel salió de la carnicería a los tiros. Dilan se agacha para hablar con su hermano, quiere escucharlo, pero Susana le dice que no le tape el aire, que lleve el chango a la casa y que se deje de joder. Después, mirando al hombre rubio, le dice que no tiene sentido esperar a la ambulancia.
—Ahora está el Dilan para llevar el chango.
Las piedras y cascotes empiezan otra vez a volar por encima de la ruta. Susana pide que frenen un auto y entre varios vecinos cargan a Diego en el asiento de atrás. Dilan puede ver el charco de sangre que deja su hermano en la tierra. El que maneja pide que no le hagan nada y el hombre rubio le dice que cierre la boca. Susana se sube al auto y cuando ve que Dilan intenta hacer lo mismo, lo frena y le grita que lleve el chango a la casa.
Dilan tiene los ojos hinchados. Cada tanto, el chango que empuja se frena por los pozos o la basura que se engancha en las ruedas. La noche es cerrada y en algunas esquinas hay gomas ardiendo.
No me pude suscribir, muy buenos lo cuentos
ResponderBorrarDiana