Dilan baja la cabeza y pedalea. Se toca el bolsillo del pantalón y
empuja con el pulgar la bolsita que lleva adentro. Esquiva el charco, la basura
desparramada, la montaña de arena, llega a la esquina y dobla. La calle ahora
está asfaltada y el auto que viene de frente es un Megane con las luces altas
encendidas. Dilan frena un poco, se encandila y lo esquiva. Se vuelve a tocar
el bolsillo y se da cuenta de que está un poco mareado.
En la otra esquina está parada Belén, vestida con un jean y
una campera deportiva, charlando con una amiga. Dilan pasa rápido, sabe que
Belén está ahí pero no la mira, sabe que a ella no le gusta verlo así y se
promete que si sale todo bien, deja la pasta, vuelve al estudio y compra
materiales. Y que le va a decir que se vaya a vivir con él. Pensar eso lo hace
sentir mejor, pero piensa también en Lautaro y se toca el pantalón, se acomoda
la bolsita. Belén mastica un chicle y lo sigue con la mirada.
Dilan no frena hasta que llega a la entrada de una casa, saca el celular del bolsillo y llama a Lautaro. El teléfono suena pero su primo no atiende. Entonces golpea las manos. La cara de Marcela se asoma por la ventana.
—¿Qué onda con vos? —dice al abrir la puerta, y Dilan guarda el teléfono.
Dilan no frena hasta que llega a la entrada de una casa, saca el celular del bolsillo y llama a Lautaro. El teléfono suena pero su primo no atiende. Entonces golpea las manos. La cara de Marcela se asoma por la ventana.
—¿Qué onda con vos? —dice al abrir la puerta, y Dilan guarda el teléfono.
El techo es
de chapa y hay una salamandra en la esquina. El televisor está encendido en
Crónica. Dilan pregunta por el tío, le sale una nube de vapor por la boca y
Marcela se da cuenta. Mirando la pantalla dice que Jorge se acaba de ir. El
bebé que carga a upa tiene granos rojos en la cara, es uno de los nietos de su
vecina y está durmiendo. Que volvió del laburo y se fue a buscar agua, dice
Marcela, y le pregunta si le pasó algo a Lautaro. Dilan mira el suelo, está a punto
de contarle lo del muro, la casa, el grito y el disparo.
—Nada tía,
qué va a pasar con el laucha.
La
canilla del Padre Patricio queda casi en el fondo, al lado de la canchita.
Cuando llega Dilan no hay nadie cargando agua. Se baja con la bici todavía en
movimiento, se toca el bolsillo y la bici cae al suelo.
Un
viejo toma carrera, tres, cuatro pasos, corre, llega a la pelota y patea. La
tierra se levanta y Dilan pregunta por Jorge.
—Está comprando cigarros —dice uno que está parado cerca del arco.
—Está comprando cigarros —dice uno que está parado cerca del arco.
Enfrente hay un kiosco que es una casilla de madera con una ventana y una
reja. Hay cuatro hombres que comparten una cerveza, pero ninguno es el tío.
Vuelve
a la cancha. Un pibe toma carrera y patea. Dilan lo mira y se acuerda de cuando
iban juntos a la escuela. La pelota rebota en el palo y se va para la calle.
Dilan se da vuelta y ve a Jorge que pasa andando en la bicicleta. Lleva un
bidón en el canasto y otro en la mano. Está vestido con la ropa de trabajo y
Dilan se da cuenta de que estuvo pintando. Se sube a la bici y lo empieza a
perseguir.
—Tío —grita.
Jorge
lo escucha y frena. Lo mira. Apoya los dos pies en el suelo.
—Laucha, tío —dice—. Laucha.
Dilan
se acerca, mira el suelo. La tierra, las zapatillas y los pedales. Y vuelve a
hablar. Dice que el Laucha y él se colaron en el cantri y que les tiraron.
—¿Qué decís? —pregunta Jorge.
Dilan
cuenta que ya se estaban tomando el palo, que el Laucha se había quedado
adentro y que ahí escuchó los gritos, que le dijo de rajar, que el otro le
decía que la estaba piloteando, que después cuando empezó a correr vio a uno de
los tipos del cantri con un fierro, y que tiraba.
Jorge
le pregunta dónde y Dilan dice que detrás de la Reconquista, que no sabe si le
dio porque él salió zarpando y saltó el muro. Jorge pregunta si en la changa de
la pileta. Dilan dice que sí. Jorge se baja de la bicicleta y apoya los bidones
en el suelo, se vuelve a subir y empieza a pedalear. Dilan lo sigue y se toca
el bolsillo.
Llegan
al muro. Uno de los hilos electrificados está cortado. Jorge deja caer la
bicicleta, salta la pequeña zanja y se trepa apoyándose en las bolsas de
basura. Observa la casa, la pileta que él, Dilan y Lautaro construyeron y que
todavía no terminaron de cobrar. Hay un guardia que anda en un carrito de golf
sobre una calle asfaltada, más allá la oscuridad de la laguna y la planta
purificadora de agua. Le sorprende ver las luces encendidas de la casa, arriba,
en el primer piso. A través del gran ventanal Jorge llega ver el placar abierto
y sabe que esa es la habitación del empresario, que el piso está alfombrado y
que en el placar guarda, entre varios trajes, una colección de camisetas de
fútbol. Lo sabe porque hace unos meses que le había pedido que arreglara la
bisagra y se acuerda, mientras busca a su hijo entre el pasto, que le había
dicho al Lautaro que lo hiciera. Una luz de linterna lo ilumina en la cara y
decide soltarse.
Dilan
lo mira desde abajo. Piensa que no tendría que haber dejado al Laucha solo,
camina, no se puede quedar quieto. Jorge se suelta y cae sobre las bolsas de
basura. Dilan lo ayuda a levantarse. Sin decir nada el tío se sube a la
bicicleta y comienza a pedalear. El sobrino lo sigue sin decir nada, se toca el
bolsillo y no encuentra la bolsita. Frena y la ve unos metros más atrás, sobre
la tierra.
Dilan alcanza a Jorge y pedalean bordeando el muro. Llegan a la ruta, doblan y se detienen frente a la entrada del cantri. Una barrera, una garita, dos hombres. Uno se acerca. Es Adrián, el tipo que vive a tres cuadras de la casa de Jorge. Cuando Adrián le habla, lo trata de usted.
Dilan alcanza a Jorge y pedalean bordeando el muro. Llegan a la ruta, doblan y se detienen frente a la entrada del cantri. Una barrera, una garita, dos hombres. Uno se acerca. Es Adrián, el tipo que vive a tres cuadras de la casa de Jorge. Cuando Adrián le habla, lo trata de usted.
—No
puede pasar —le dice.
—¿Qué
onda? —pregunta Jorge— ¿Sabés algo?
Adrián
le dice que no lo puede informar nada y que va a tener que pedirle que se
retire. Jorge intenta agarrarlo de la camisa.
—Es el Laucha —dice—. La concha de tu madre.
—Es el Laucha —dice—. La concha de tu madre.
El otro
guardia se acerca y lo apunta con un 38. Dilan dice al tío que lo suelte y un
móvil de la policía bonaerense llega a la entrada. Del auto se bajan dos
oficiales y uno le pregunta a Adrián si está todo en orden.
Las dos
bicis vuelven hacia el barrio. Llegan a la puerta de la casa y cuando entran
Marcela se larga a llorar.
La tele
encendida en Crónica, un teléfono celular apoyado sobre la mesa, el bebé que
llora, un mate dulce que da vueltas. Todos esperan que el Laucha aparezca.
Jorge mira por la ventana y fuma otro Viceroy, corre la cortina al primer ruido
y la vuelve a cerrar. Dilan mira el televisor pero piensa en Lautaro. Marcela
se mueve con el bebé a upa.
Llega el Gringo y pregunta dónde está su hijo. Cuando lo encuentra, lo agarra del pelo y le empieza a pegar, Jorge lo frena y la bolsita que lleva Dilan en el bolsillo cae al piso. El Gringo la agarra y se la muestra a su cuñado.
Madrugada. Las luces azules que entran a la casa. El ruido de la sirena. Jorge apaga la tele y después el cigarrillo.
Llega el Gringo y pregunta dónde está su hijo. Cuando lo encuentra, lo agarra del pelo y le empieza a pegar, Jorge lo frena y la bolsita que lleva Dilan en el bolsillo cae al piso. El Gringo la agarra y se la muestra a su cuñado.
Madrugada. Las luces azules que entran a la casa. El ruido de la sirena. Jorge apaga la tele y después el cigarrillo.
Dos
patrulleros estacionan frente a la casa, de cada uno de los autos bajan cuatro
policías y casi todos corren hacia la puerta con las armas en la mano. Jorge le
dice a Dilan que se meta en la pieza y piensa que Adrián boqueó. Abre la
puerta, los policías entran al grito de que todos se tiren todos al piso.
—¿Dónde está?
—¿Dónde está?
Los
otros tres oficiales recorren la casa. El bebé llora. Un policía esposa a Jorge
y le dice que mejor hable, que diga dónde está el pibe, que si no va a terminar
como el otro.
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