jueves, 26 de noviembre de 2015

EL LUGAR DE LA MEMORIA

“No hay cosa mas jodida, viejo, que andar queriendo olvidarse de lo que todavía no ha ocurrido”
Rodrigo Fresán. El asalto a las instituciones   

Imaginate un vestuario, los armarios de un vestuario. 
Norma lleva la carpeta negra apretada sobre su pecho y la cartera colgada del hombro. Había creído siempre que Clementina tenía forma de robot con brazos y piernas. Imaginarla compuesta de armarios la desconcierta. Se acuerda de los vestuarios del Club Argentino de Moreno y la imagen se reemplaza, como cada vez que piensa en el Argentino, por la del cuerpo desnudo de su profesora de natación.

   Julio tiene un sobretodo gris y anteojos de marco grueso. Hace casi un mes que no duerme bien, ya perdió la cuenta del tiempo que hace que no sale de la facultad. Mientras habla con Norma mira cómo un estudiante sale de una de las aulas cargando una pila de pupitres y la lleva hacia la entrada de la calle Perú. Percibe, cuando vuelve la vista a Norma, que ella no lo está escuchando y le pregunta si se va a quedar. No le dice que puede ser peligroso porque no quiere asustarla, pero cuando le repite la pregunta se arrepiente y enseguida le dice que puede ponerse feo.
Norma estaba recordando las maniobras que tenía que hacer mientras se cambiaba para que sus compañeras de natación no la vieran desnuda, y no llegó a oír bien las palabras de Julio. Le suele pasar eso, enredarse en recuerdos y dejar de escuchar a la persona que tiene adelante. Hace tiempo que se acostumbró a deducir las preguntas. Le contesta, mirando hacia abajo, que tiene que volver a Moreno, que debe apurarse para alcanzar el último tren que sale de Once, que ya se le había hecho tarde aunque le había gustado quedarse hablando con él, agrega, se ruboriza y vuelve a bajar la vista. No había pensado decirle eso. 
Julio no se da cuenta, piensa que debe ser difícil salir de la facultad y que tal vez sea menos riesgoso quedarse. Ella dice que no está segura y algo de la situación la hace volver al cuartito del fondo de su casa, como cada vez que se encuentran. Todavía puede sentir en la espalda la aspereza de la frazada. 
Él trata de convencerla. Le dice que si se queda, al día siguiente pueden ir juntos al Instituto. Que su tío está allá, haciendo cálculos en el laboratorio y que le toca quedarse para el mantenimiento de la mañana. Después piensa que desde hace unos años no hace otra cosa que tratar de alejarla de la familia y aunque es consciente que no tiene mucho éxito, el hecho que haya empezado a estudiar en la misma facultad y que el padre de Norma no lo sepa, le parece todo un avance. Un primer paso. 
Ella se queda en silencio. Duda. Había escuchado en los pasillos que los militares iban a cerrar todos los laboratorios.  Piensa que tal vez no tenga otra oportunidad de conocer a Clementina. Mira el reloj. Sabe que todavía puede llamar a su padre y decirle que se va a quedar en lo de Diana a terminar de completar unas planillas. Él le dice que hay un sillón cómodo en una de las oficinas. Que ella puede dormir ahí. Pero la aclaración no es buena. Ahora los dos vuelven al cuartito del fondo, cinco años atrás y cada uno sabe que el otro está recordando la misma escena: ella semidesnuda sobre la frazada que cubría el sillón, llorando. 
Norma baja la cabeza y vuelve a ruborizarse. Otro estudiante sale del aula cargando una pila de pupitres.  

  ¿La memoria está en los armarios? 
No sé muy bien —dice Julio. Creo que los armarios están llenos de cables y válvulas. Las memorias deben estar afuera como el generador. 
Se habían encontrado en el pasillo. Norma salía de una clase y lo vio discutiendo con otros compañeros. Al costado y en el piso, un grupo de mujeres escribían con témpera negra sobre una tela blanca. Julio la vio enseguida, sabía que estaba cursando esa materia pero a diferencia de otras veces, le hizo un gesto para que se acercara. La discusión que mantenían era sobre el cientificismo, a la función que se le da a la ciencia en el desarrollo social. Así le explicó Julio en voz baja, apenas Norma se unió al grupo. Pero al rato él se dio cuenta de que no estaba muy interesada. Se apartaron y ella le dijo que se le hacía tarde. Él le contestó que parte de la discusión había surgido de la crítica por parte de algunos hacia Clementina. Sabía que ese tema le interesaba y así logró retenerla. 
¿Cómo?
Algunos creen que representa los intereses de la burguesía. Otros que nos permite liberarnos de los yanquis.
A ella le gusta como habla Julio. Las palabras que usa, el tono. La seguridad, más allá de lo que dice. Desde que eran chicos y jugaban en la vereda de su casa o hablaban del espacio y los extraterrestres. Norma se puso a pensar qué representa Clementina para ella. Lo asoció a Julio. A los mundos de los cuentos de ciencia ficción que leían de chicos. Trató de decirle algo inteligente, pero no se le ocurrió nada y le preguntó qué tamaño tenía Clementina.
Ocupa una pieza grande, más o menos.
¿Pero cómo es?  

El sonido de las explosiones de los gases lacrimógenos rebota en las paredes y los aturde. Después los gritos. 
¿Una bomba? pregunta Norma. 
Están entrando, escuchan que dice un profesor mientras pasa corriendo. Al rato ninguno de los dos puede respirar.
Los guardias entran forzando las puertas, derrumbando la barricada de bancos y pupitres. Tienen cascos y bastones en la mano. Gritan. Les piden a los estudiantes y profesores que entren al aula grande.  
Si es necesario, sáquenlos a tiros dice el oficial que no tiene casco y que está un poco más retrasado.
Julio toma del brazo a Norma y empiezan a caminar en dirección a la salida. A los primeros policías los esquivan sin problemas. Ella está temblando y le lloran los ojos, sin embargo no puede evitar volver a la tarde que él la sacó del cuartito, como si su vida estuviera estacada en ese instante y una fuerza elástica la hiciera regresar. Trata de pensar si fue la misma tarde que supo de la existencia de Clementina. Julio le había contado que su tío había ido a buscarla al puerto. ¿Fue ese mismo día? Norma duda, sabe que antes de que pasara había imaginado esa situación muchas veces y cree, entonces, que así ayudó a que sucediera.
 Los bastones y los gritos hacen que Norma regrese al presente. Los policías los obligan a poner las manos contra la pared. Ella perdió la carpeta y se lo dice a Julio. Él la mira y dice que no importa, que no se separe de él, que se quede tranquila. Después apoya la mano sobre la de ella. Se escuchan los ruidos de los bastones golpeando los cuerpos y las paredes. 
Por un momento todo parece volver a la calma. Julio se acerca a Norma y le pregunta cómo está. Ella no lo mira, dice que bien, pero sigue temblando. Julio mira al piso, aprovecha para limpiar los cristales de sus anteojos con el pañuelo que lleva en el bolsillo. No sabe cómo hacer para tranquilizarla.  
Hasta Clementina es más sensible —dice.
Norma finalmente lo mira y sonríe. Sabe que lo dijo para tranquilizarla. Y se tranquiliza. Por un momento cree que todo terminó y que van a poder salir a la calle pero en ese instante los militares vuelven y los obligan a caminar por un pasillo formado por dos filas de soldados que gritan "hijos de puta, judíos de mierda, comunistas" y les pegan con los bastones. 
Julio se frena y mirando fijo a los ojos de un policía le pregunta cómo le puede pegar a una mujer, que es un cagón de mierda. Aunque la mirada es fulminante, recibe un bastonazo de atrás, en la cabeza, que lo hace caer  al piso. Durante un rato no ve más nada. Norma quiere ayudarlo, pero otro policía la agarra de la cartera, la manosea y la aleja de su compañero. 
Julio está saliendo de la facultad con las dos manos en la nuca, en una fila de estudiantes. Intenta volver a entrar, pero no lo dejan. Tiene sangre en la cara y perdió los anteojos. También está mareado y no ve muy bien. Un policía lo agarra de la solapa del sobretodo, lo separa de la fila y lo lleva hacia un carro de asalto. Antes de subir cree distinguir al decano manchado de sangre. Le grita que adentro hay mujeres lastimadas. No sabe si lo llegó a escuchar, tampoco si era el decano.
Un rato después sale Norma. Última en la fila y con los brazos en alto. Cada tanto siente en la espalda la punta de un bastón que la empuja y la hace trastabillar. Como si fuera algo que nunca va a poder evitar, vuelve otra vez al cuartito. No se acuerda cómo fue que esa tarde su papá decidió agarrarla de los pelos y arrastrarla hacia el fondo. Supone que había descubierto el libro debajo de su cama. O el recorte de La Razón que hablaba de la llegada de Clementina. Intenta, hace el esfuerzo, pero no puede. Sabe que le gritaba "Las mujeres no son para el estudio". De eso se acuerda bien, como la primera vez, cuando la descubrió pintándose las uñas y le pasó esmalte por todo el cuerpo. Mientras camina, trata de pensar en qué momento fue que su padre le sacó la ropa. Entrecierra los ojos. Cómo fue que la tiró contra el sillón. Pero no lo consigue. Se dice a ella misma que tiene vacío ese lugar de la memoria. Cómo puede ser, piensa una vez más, que haya cosas que recuerde con nitidez y otras que haya olvidado por completo. Se acuerda, por ejemplo, de lo que estaba sintiendo en el momento que Julio entró al cuartito: la presión de la mano de su padre sobre la boca, la sensación de la frazada en la espalda. Después vinieron los gritos, el forcejeo entre los dos hombres, el cuerpo inmenso de su padre cayendo al suelo con los pantalones por debajo de las rodillas.
Norma observa que algunos estudiantes están subiendo a un carro de asalto y vuelve a temblar. Sabe que si su padre se entera, se va a encargar de extirparle a Clementina de su vida. La idea empieza a cristalizarse en su mente y entonces decide, para intentar olvidarla, salir corriendo en dirección a la calle Independencia.

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