miércoles, 21 de diciembre de 2022

EL DIQUE

Ayer empezaron a limpiar el baldío. Tres hombres que bajaron de una pick-up del ejército. Primero podaron los arbustos con tijeras eléctricas, después arrancaron el paraíso que había en el fondo. Mamá fue la que cruzó para preguntar si necesitaban gente, que tenía un hijo disponible, veintisiete años, sano. Ella cree que van a poner otra de esas antenas gigantes, como las que pusieron en la rotonda y en el campito. Uno de los obreros le dijo que estaban completos, pero le habló de un capataz, de un tal Kenquil, y de la construcción de un dique al sur de San Julián. 

jueves, 10 de noviembre de 2022

CLAROSCURO DEL DELTA

1.

Los muebles de Rodolfo estaban afuera de la casa. Había algo de ropa entre los arbustos y la heladera estaba acostada sobre el pasto. La lancha siguió avanzando y la cortina de sauces no me dejó ver más. Enseguida salí a la cubierta y encaré al vago que ayudaba a subir y bajar las cosas. Lo conocía del club, era hijo de un hachero amigo. Le pregunté qué cuernos había pasado, por qué tanto revuelo. Me contó que había andado la Marina, que habían usado las embarcaciones de la empresa y me aconsejó que me fijara mejor con quién me juntaba.

jueves, 25 de noviembre de 2021

PÁJAROS CARPINTEROS

Esa noche había revuelo en el pueblo. Mi hermana no estaba en la carpa y cuando me di cuenta, hacía rato que la sirena retumbaba entre los árboles. Papá había salido cubierto de ese traje tipo Eternauta que había fabricado con restos de botellas de plástico y ropa vieja. No era la primera vez que salía de su carpa a mitad de la noche para encontrarse con el doctor Reus y el resto de los delegados. Aunque hasta ese momento habían sido falsas alarmas, siempre se generaba el mismo revuelo en el pueblo: gente que iba y venía con la linterna en la mano, chicos que asomaban la cabeza por entre los cierres de las carpas, el sonido de la sirena retumbando entre los árboles. 

jueves, 26 de noviembre de 2015

ENTRE LOS JUNCOS

La lancha se acercó hasta pegar la popa al muelle. Lo primero que me llamó la atención fue la ausencia de Bayo. Supongo que a los cuatro nos pasó lo mismo, porque estuvimos un rato en silencio, sin saber muy bien qué hacer, hasta que Roberto hizo un gesto con la mano y empezamos a caminar hacia la puerta de la casa. Mamá iba adelante, tratando de seguir el camino de piedras que había quedado escondido entre el pasto. Cada dos o tres pasos decía "papá, somos nosotros" y aplaudía como en el campo. Roberto la seguía de cerca, con las manos juntas detrás de la espalda. Mi hermana, que ya había empezado a llorar, cada tanto se frenaba y me señalaba cosas, lugares: la lata que usaba Bayo para tomar agua, el muelle sin la bandera. Antes que mamá llegara a la puerta, Roberto se adelantó y le propuso entrar en lugar de ella. Mamá, como si hubiera estado esperando el ofrecimiento, lo único que le dijo fue que tuviera cuidado con la escalera. 

SERGIO EN LAS ISLAS

El grito la sorprendió en la cocina. Silvia se quedó con la cuchara en el aire esperando otro llamado que confirmara el anterior. Al no escucharlo, siguió revolviendo los trozos de osobuco que había puesto en la olla; el nuevo grito no tardó en llegar. Silvia apagó la hornalla, bajó el volúmen de la radio, dejó la cuchara sobre la mesada y salió de su casa sin abrigo. Caminó hacia la otra casilla que había en el terreno, limpiándose las manos con el delantal que llevaba atado a la cintura.
¿Sergio? preguntó al llegar a la puerta.
La vecina hizo que no con la cabeza y la invitó a entrar. Silvia caminó hasta el teléfono que estaba sobre una mesita y levantó el tubo. Se alegró de escuchar la voz de su marido; ella creía que si la mala noticia llegaba, sería a través de un desconocido. Respiró profundo y se llevó la mano libre al cuello. Miguel le explicó que iba a volver un poco más tarde y le preguntó si tenía alguna novedad. Silvia dijo que no y volvió a sentir la molestia en la garganta, esa especie de ardor al tragar que la incomodaba desde hacía algunos días. Estuvo a punto de decírselo para que le trajera algún remedio de la farmacia que había en la ruta, pero prefirió quedarse callada; tomar medicamentos era otra de las cosas que Silvia había decidido no hacer.

LA VIDA DEL EJEMPLAR 4192

El ejemplar 4192 de una edición de bolsillo de Todos los fuegos, el Fuego, se terminó de encuadernar la tarde del lunes 15 de octubre de 2000, casi diecisiete años después de la muerte de Cortázar y a más de treinta y tres de su primera publicación. Al día siguiente, el martes 16, un hombre de mameluco azul colocó el ejemplar 4192 en una caja de cartón, junto a varios ejemplares iguales a él y los trasladó en una carretilla hasta una camioneta que lo esperaba estacionada en la entrada de la imprenta.

EL LUGAR DE LA MEMORIA

“No hay cosa mas jodida, viejo, que andar queriendo olvidarse de lo que todavía no ha ocurrido”
Rodrigo Fresán. El asalto a las instituciones   

Imaginate un vestuario, los armarios de un vestuario. 
Norma lleva la carpeta negra apretada sobre su pecho y la cartera colgada del hombro. Había creído siempre que Clementina tenía forma de robot con brazos y piernas. Imaginarla compuesta de armarios la desconcierta. Se acuerda de los vestuarios del Club Argentino de Moreno y la imagen se reemplaza, como cada vez que piensa en el Argentino, por la del cuerpo desnudo de su profesora de natación.

miércoles, 25 de noviembre de 2015

DÍA POR CIENTO

Jorge frena la bicicleta frente a la casa de su sobrino y lo llama con un grito. Aprovecha el descanso para tomar un trago largo de cerveza y se seca la transpiración de la frente. Después chifla metiéndose los dedos en la boca. Dilan se asoma por la ventana. El sol del atardecer lo encandila.

Tu vieja dice que vayas para el Día —dice Jorge—. Metele que queda poco.

MURO

Dilan baja la cabeza y pedalea. Se toca el bolsillo del pantalón y empuja con el pulgar la bolsita que lleva adentro. Esquiva el charco, la basura desparramada, la montaña de arena, llega a la esquina y dobla. La calle ahora está asfaltada y el auto que viene de frente es un Megane con las luces altas encendidas. Dilan frena un poco, se encandila y lo esquiva. Se vuelve a tocar el bolsillo y se da cuenta de que está un poco mareado.