El grito la sorprendió en la cocina. Silvia se quedó con
la cuchara en el aire esperando otro llamado que confirmara el anterior. Al no
escucharlo, siguió revolviendo los trozos de osobuco que había puesto en la
olla; el nuevo grito no tardó en llegar. Silvia apagó la hornalla, bajó el
volúmen de la radio, dejó la cuchara sobre la mesada y salió de su casa sin
abrigo. Caminó hacia la otra casilla que había en el terreno, limpiándose las
manos con el delantal que llevaba atado a la cintura.
—¿Sergio? —preguntó al llegar a la puerta.
La vecina hizo que no con la cabeza y la invitó a entrar. Silvia caminó hasta el teléfono que estaba sobre una mesita y levantó
el tubo. Se alegró de escuchar la voz de su marido; ella creía que si la mala
noticia llegaba, sería a través de un desconocido. Respiró profundo y se llevó
la mano libre al cuello. Miguel le explicó que iba a volver un poco más tarde y
le preguntó si tenía alguna novedad. Silvia dijo que no y volvió a sentir la
molestia en la garganta, esa especie de ardor al tragar que la incomodaba desde
hacía algunos días. Estuvo a punto de decírselo para que le trajera algún
remedio de la farmacia que había en la ruta, pero prefirió quedarse callada; tomar
medicamentos era otra de las cosas que Silvia había decidido no hacer.